Por Grisel D’Angelo
…Why do I love Paris? o por qué amo París? se cuestiona Cole Porter en una de sus más bellas letras. En mi caso sólo pasé dos horas por la ciudad en cuestión y no tuve tiempo de llegar a amarla u odiarla, pero sí de idealizarla. Incluso existe un síndrome al respecto: el Síndrome de París. Se trata de un simpático trastorno psicológico temporal en algunas personas que visitan la capital francesa y tienen un choque extremo al descubrir que París no es lo que esperaban que fuera. Algo parecido sucedió en The Rouge, un nuevo restaurante de temática parisina y claras alusiones al Moulin Rouge ubicado en Godoy Cruz 1885, Palermo, en Buenos Aires, Argentina. En sus redes @therouge_ba muestran un mundo de fantasía que logra la urgencia de hacer la réservation y buscar le taxí para estar ahí. Aplaudo esa venta. Qué pena que la desperdicien.
Entrando hay un pequeño espacio donde esperás la mesa y suena en loop la versión de Lady Marmalade por Christina Aguilera, Pink, Lil’ Kim y Mýa del 2001. Ya en el ingreso al salón me pareció reconocer ese puente de piso transparente con agua y peces. Este lugar era Docks, un speakeasy de temática portuaria con una excelente venta en redes acerca de los secretos del mar una absoluta decepción en presencia.
Volviendo a The Rouge, la ambientación es despampanante. Pequeños balconcitos franceses, una Torre Eiffel que oficia de bodega, carteles de neón y la música no se queda atrás. Desde los clásicos franceses hasta hits vintage adaptados al francés. El diseño del menú es una auténtica belleza, especialmente en la parte de cócteles con nombres que hace referencia a barrios y monumentos parisinos y una breve historia de cada uno. El Louvre, el primero de la carta, se dió el lujo de venir dentro de una pirámide transparente. Como si fuera poco estaba exquisito, mezcla de gin cítrico, licor de sauco, cordial de lima y frutos negros.
Ya estaba por pedirle casamiento al restaurante propiamente dicho hasta que empezaron los problemas. El camarero arrancó avisando que pidamos rápido porque son turnos de dos horas. Lo cual estuvo claro al momento de la reserva y aún así que la primera interacción en un lugar tan sofisticado y oh la la sea un claro mensaje de “apuren” es un error fatal. Dato de vital importancia: ni siquiera estábamos tardando en elegir.
Otro punto molesto es la falta de luz que te hace tener que arrimar la vela para leer el menú. En esas circunstancias apurarse se volvía complejo y si le sumás los flashes que venían de otras mesas que sacaban fotos era sumamente incómodo. La culpa no es de los clientes, es de un lugar que bien se ocupó de ser muy instagrameable pero sin nada de luz. Al tomar el pedido, elegí una tabla de quesos franceses a modo de entrante mientras se decidía el principal. Y la respuesta del mozo fue que necesitaba marchar todo junto porque sólo hay tiempo para pedir una vez, aunque sea una tabla de quesos que naturalmente no había que cocinar.
Cuando llegó la tabla que incluía brie noir, black camembert, gruyere, peccorino y azul con algunos dips, ante la falta total de luz y para conocer y disfrutar lo pedido, le consulté al camarero cuál era cada queso y en qué consistían los dips. No lo supo por lo lo tanto llamó a otro colega que se puso a señalar los quesos de muy mala gana y además tampoco sabía en qué consistían los dips. La información tuvo que venir de la mismísima cocina. Sigue siendo sorprendente porque si querés apurar a tu clientela al menos deberías ocuparte de que los camareros sepan lo que sirven en vez de dar tantas vueltas.
Nos ofrecen postres, de los cuales seguían sin tener idea de que se trataban. Elegimos crème brûlée y soufflé au chocolate. Sobre este último el camarero me comenta que es como un volcán de chocolate con helado. Le consulto si tiene corazón de chocolate adentro o lo hacen acortando la cocción. Otro dato de vital importancia, el huevo quizás no es saludable comerlo crudo por nimiedades como la salmonela. Volvió y dijo que al final no es un volcán y no tiene huevo crudo. Quizás hubiese sido útil avisar que iban a tardar 30 minutos en traer los postres. Porque esas cosas se avisan y el cliente tiene derecho a elegir si quiere esperarlo o retirarse. Especialmente, insisto, cuando te están apurando desde que llegaste. Si pasó algo en la cocina no lo sé, que siempre hay formas de avisar o mimar al comensal con una mínima atención sí.
Juro que no es sugestión pero la música cambió rotundamente y por lo tanto el ambiente. La esperanza eran los postres. El soufflé au chocolate vino con crumble de chocolate, redundante y aburrido. La crème brûlée tan correcta como olvidable. Lo que sí resultó una sorpresa fue la cuenta con $700 de servicio de mesa y $600 de un agua. Cobraron el agua y jamás hubo una panera (las cosas básicas que incluye el servicio en cuestión). Luego de un intercambio con lo que podría ser algo parecido al encargado me comenta que estuvo mal cobrarnos el agua pero la panera existió. Le pregunté cuál era, porque quizás realmente estuvo y ante tanta oscuridad no la vi. Y señaló que era el platito con dos tostadas que vino con la tabla de quesos, porque como las mesas son chicas no pueden poner una panera como tal mas si la pirámide de cristal del Louvre a escala para un cóctel.
El valor en números de esta experiencia me pone en la obligación moral de no recomendar The Rouge como restaurante en absoluto. Quizás para tomar un cóctel en la barra. Mi sentencia es que con menos de la mitad de lo que sale cenar allí podés tener una velada encantadora en la maison quieras, con le festin de brie abundante y visible mientras ponés a Cole Porter cantando I love Paris.
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